lunes, 6 de abril de 2020

Cernuda, Luis, "Ocnos", Ed. EL PAÍS, col. Clásicos del s. XX, 16, Madrid 2003, p. 155

Començava a fer unes croniquetes de lectura el 2015. No pretenien ser exhaustives,
simplement, volien deixar un record, quatre notes contra l’oblit.

Amb el temps del confinament he començat una tècnica de lectura que em ve de la infància,
és a dir, llegir mentre circulo. Quan era xiquet deixava el llibre en una cantonada de la taula
i cada volta de tricicle llegia una cosa i mentre pegava la volta a la taula, la repetia…
Era per a memoritzar per als exàmens.

La lectura, normalment, ens impideix fer exercici. Vaig provar llegir caminant i, part d'Ocnos,
de Luis Cernuda, em va durar 8 quilòmetres. Ahir, 5 d’abril de 2020, vaig acabar de llegir
Mauri esencial, de Manel Ollé.

Ara, del que es tracta és de deixar una mica de constància d’aquestes lectures.
Començarem per
Cernuda, Luis, Ocnos, Ed. EL PAÍS, col. Clásicos del s. XX, 16, Madrid 2003, p. 155


Se inicia con una cita de Goethe que hace referencia a Ocnos. ¿Quién era Ocnos?
Esto nos dice la Wikipedia: En la mitología griega, Ocnos (en griego Ὄκνος) es un personaje
simbólico habitante del Hades, al que se representa trenzando continuamente una cuerda de juncos
mientras una burra a su vez la va devorando.

¿Qué es lo que trenza Cernuda? Su memoria. Va trenzando sus recuerdos de infancia
en Sevilla, más tarde el camino del exilio y el exilio con sus diferentes escenarios.

Se trata de una prosa poética deliciosa, a la cual yo me enfrento con prevención…
Tiene Cernuda unas raíces románticas, de hecho, la referencia al mito que inicia el libro
es de Goethe (y no es el único escritor romántico que nombra: Bécquer, Byron,...)

En cuanto al mito de Ocnos, lo interpreto de dos maneras: como un Sísifo condenado
a la repetición de una secuencia y como alguien que entrega algo bien trenzado a alguien
que no lo valora, es posible que sea esta la posición del poeta respecto a la sociedad,
entregar una lengua bien labrada a alguien que no la valora.

Hay buenos momentos de conexión en “La riada”:

“Al llegar la noche, derribados con el temporal los postes y alambres eléctricos, no había luz.
A la claridad de las velas, un libro ante sus ojos soñolientos, escuchaba el viento afuera,
en el campo inundado, y la lluvia caudalosa caer hora tras hora. Se sentía como en una isla,
separado del mundo y de sus aburridas tareas en ilimitada vacación; una isla mecida por las aguas,
acunando sus últimos sueños de niño.” (p. 60 y 61)

El momento con el que más conecto es cuando empieza a hacer referencia al exilio, cuando
en el fragmento “Guerra y paz” habla de una estación que yo, porque he querido
me he imaginado como si fuese la de Canfranc o Portbou, pero que no podrían ser,
porque nos recuerda la que dejó atrás medio derruida, con hierros retorcidos y cristales rotos,
por lo tanto, debe ser una estación francesa, ¿Cerbère?  En este lugar, podemos ver fotos:
https://www.roger-viollet.fr/en/s-1092120-spanish-civil-war-la-retirada-visit-of-the-secretaries/page/1#nb-result
Pero él nos habla de una estación solitaria. En la que se reconcilia con la vida, con la tranquilidad, la paz,...
En estos días de confinamiento proyectamos en los textos el matiz de la situación.
En este sentido nos cala:
Sentado en medio de aquella paz y aquel silencio recuperados, existir era para ti como quien vive
un milagro. Sí, todo resultaba otra vez posible. Un escalofrío, como cuando nos recuperamos pasado
un peligro que no reconocimos por tal al afrontarlo, sacudió tu cuerpo.
Era la vida de nuevo; la vida, con la confianza en que ha de ser siempre así de pacífica y de profunda,
con la posibilidad de su repetición cotidiana, ante cuya promesa
el hombre ya no sabe sorprenderse.” (p. 104-105)

Nos atrae enormemente, pero el final nos lleva a la dura circunstancia que le rodeaba:

Atrás quedaba tu tierra sangrante y en ruinas. La última estación, la estación al otro lado de la
frontera, donde te separaste de ella, era solo un esqueleto de metal retorcido, sin cristales,
sin muros ―un esqueleto desenterrado al que la luz postrera del día abandonaba. ¿Qué puede
el hombre contra la locura de todos? Y sin volver los ojos ni presentí el futuro saliste al mundo
extraño desde tu tierra en secreto ya extraña. (p. 105)

“La casa” es también un texto en el que nos cuenta cómo, tras muchos cambios
de país y, en consecuencia, de domicilio, renuncia al proyecto de casa:

Pero es un sueño al que ya por imposible renuncias, aunque sea realidad de todos a la que
no puedes aspirar. Tu existir es demasiado pobre y cambiante ―te dices, escribiendo estas líneas
de pie, porque ni una mesa tienes; tus libros (los que has salvado) por cualquier rincón, igual
que tus papeles. Después de todo, el tiempo que te queda es poco, y quién sabe si no vale
más vivir así, desnudo de toda posesión, dispuesto siempre para la partida.” (p. 148).

Este final nos hace pensar inevitablemente en el Antonio Machado de: “Ligero
de equipaje, casi desnudo, como los hijos del mar.”

Discrepo en su inclinación hipotética por el paganismo, al que preferiría antes
que al cristianismo. Tampoco estoy de acuerdo con su valoración de
Garcilaso de la Vega como superior a San Juan de la Cruz, por la servidumbre
de este último a una idea religiosa. El Cántico Espiritual, de San Juan de la Cruz,
aunque muy basado en El cantar de los cantares, de Salomón, no deja de ser
una auténtica joya de las palabras que nos llegan de forma distinta a lo inteligible.

No quiero dejar de señalar que hay momentos extraordinarios de sentimiento
y pensamiento. Libro que conviene releer, lápiz en mano, para señalar esos
destellos que nos alcanzan y que hablan de la construcción de un yo poético.

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